jueves, 3 de noviembre de 2011

No tengo que sufrir para aprender; ni amar para que me quieran. No me tienen que olvidar para recordarme; y no tengo que vivir dos siglos para aprender qué es la vida. No soy un juguete de ningún niño, y no leo cuentos. Mi cabeza, las decisiones, y mis ideas propias, son mías y de nadie más. Que no me cuenten historias para dormir, que esa niña tonta ya se ha ido. ¿Quién me va a obligar a elegir mis sueños? ¿Quien me va a obligar a hacer lo que no quiero? ¿Tú? Desde luego que

tu, no.


Me arden las noches y me escuecen las heridas. Me pesa lo falso, me agobian las mentiras. Amo lo prohibido. Mastico las tardes. No me gusta esperar, pero me gusta que me esperen. Me río con ganas y sin ganas también. No me equivoco casi nunca, me equivoco casi siempre. Raramente aprendo de los errores, pero... ¿qué importa? si la vida es eso: Equivocarse cada dos por tres y madurar con los daños, no con los años